sábado, 10 de noviembre de 2018

EL ARTE DE REPARAR


¿Estará todo en la vida sometido a la obsolescencia programada? ¿Estará planificada en el ADN la caducidad de los sentimientos, de los trabajos, de los intereses, de los pasatiempos, de las relaciones, como lo están los electrodomésticos?
Los suyos estaban pasando a mejor vida antes de alcanzar la mayoría de edad. El último renovado había sido el frigorífico. Se disponía a limpiarlo, cuando se percató de que era incapaz de extraer los cajones de la fruta, la verdura, y los fiambres. Después de intentar de todo, desde desmontar el asa que recorría la puerta a lo largo, hasta intentar limpiar debajo de las gavetas ayudándose de un cuchillo largo, cubierto con un paño, con el desastroso resultado de cuchillo y paño bajo las mismas, que no solo no se podían sacar, sino que ahora tampoco cerraban completamente.
Agotadas su paciencia y sus energías, recurrió al servicio técnico, no sin previamente haber leído de cabo a rabo el manual de instrucciones. Cuando por fin pudo acudir el reparador, un hombre de apariencia jovial y aproximadamente de su edad, le explicó el problema. Por la disposición de la cocina, la puerta del frigorífico habría hacia la izquierda y quería que se la cambiara para poderla abrir completamente 180 grados hacia la derecha. El técnico discrepó: era un error, realmente sería muy incómodo en la vida diaria. Y tenía razón, pero la cuestión era que ella no podía sacar esas piezas para limpiarlas.
-¿Y cuánto vas a limpiar? -Le preguntó curioso.
-Lo que sea necesario -respondió ella-; no es que esté obsesionada con la limpieza, pero de vez en cuando hay que hacerlo y tal como está, soy incapaz.              
El profesional propuso, pues, que lo mejor era sacar el refrigerador, pero enseguida escuchó la replica: era enorme y pesaba muchísimo.
Y abriendo las dos puertas, en un movimiento que a ella se le antojó ligerísimo, ese hombre extrajo el frigo hacia delante como quien saca un conejo de una chistera.
-Pero yo no tengo esa fuerza -objetó ella.
-Es que no has visto el truco -arguyó él: hay que tirar a la vez de la puerta del congelador de frente y de la del frigorífico un poquito hacia arriba. Prueba tú, verás.
Sin embargo le resultó imposible.
-Es que tienes muy lleno el frigorífico -añadió.
Sí, acababa de hacer una gran compra porque esperaba invitados.                                                      
           
En ese momento sonó el móvil y antes de contestar le propuso:
-Saca los cajones y aprovecha para limpiar.
Y de golpe se sorprendió, pertrechada de spray y bayeta, limpiando el frigorífico delante de un total desconocido que estaba en su cocina. Y se sonrió por la surrealista coyuntura.
La llamada duró lo suficiente para que limpiara en profundidad la zona en cuestión. Cuando terminaron sus respectivas labores, el reparador le preguntó si quería que le cambiara la dirección de apertura de la puerta, pero que le parecía un error porque iba a suponer un gran incordio día a día; que aprovechase cuando tuviera el frigorífico vacío para limpiar. Y la convenció. Pero antes de que ella pudiera asentir, de que pudiera comunicarle su conformidad, añadió él:
-¿De todas formas, me vas a decir que no te puede ayudar tu marido o un hijo a sacar el frigorífico?
-Pues no -le rebatió ella.
 Y algo debió notar en sus ojos, algo percibió en su voz porque se arrepintió al instante:
-¡Vaya, ya he vuelto a meter la pata!
-No te preocupes, es solo que me acabo de divorciar y tengo que contar con mis fuerzas.
Y de repente se vio envuelta en una situación almodovariana: un extraño en su cocina se deshacía en disculpas por su error y quizá por los errores de todos los hombres del mundo.
-Míralo así -argumentó- te has quitado 80 kilos de encima, créeme. Los hombres a partir de los 40 somos un coñazo, solo damos problemas, empezamos con achaques de salud, entramos en crisis... Yo no meto la mano en el fuego ni por mí; por mi mujer sí que la metería pero por mí no, ni por ninguno! Las mujeres valéis más.
Y en su afán por desagraviar, le mostró una foto del móvil, la de su octogenaria madre.
-¡Mírala cómo está! Enviudó hace años y se sobrepuso y con la edad que tiene acaba de venir ahora mismo de México, de un viaje con las amigas. ¿A que está guapa?
-¡Claro que está guapa, y lo es! -le confirmó ella, entre risas por la situación.
-Y no se te ocurra volverte a juntar con uno de nuestra edad -añadió-; en todo caso con uno de 30, que como no quiere complicaciones, tampoco te las ocasiona a ti. Y luego cada uno por su lado. Con la sonrisa tan preciosa que tienes, admiradores no te faltarán.
Y se rieron los dos con ganas.
Distendida, le dio las gracias y le preguntó por el importe de la visita y el desplazamiento y no quiso cobrarle nada porque "nada había hecho" alegó él con elegancia. Le dio de nuevo las gracias, “de corazón” -dijo ella-, lo acompañó a la puerta y desde el ascensor, le sonrió de nuevo:
-Recuerda: ¡Te has quitado 80 kilos de encima!

Cuando cerró la puerta vacilaba entre reír o llorar; en realidad este extraño había conseguido que se sintiera muy bien después de mucho tiempo. Quizá porque halló en sus palabras un pesar sincero y la imperiosa necesidad de reparar un daño que él no había causado.





2 comentarios:

  1. Muchas veces son tan solo detalles, pequeñas acciones que vienen por su gran mayoría de parte de unx desconocidx las que nos revolucionan el humor y el día. Me encantó leer esta crónica que por cotidiana que sea está cargada de muchas emociones y transcurridos. Un abrazo grande a la distancia, Cris!

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  2. ¡Gracias, Elena!
    Un abrazo enorme para ti, tan cerquita gracias a la tecnología. ❤

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