lunes, 29 de abril de 2019

ABRAZOS


Siempre me sorprende y me deja un buen rato pensativa la clásica situación de comedia en la que la mujer en confidencia le revela al hombre que hace un año o más que no hace el amor y él no puede reprimir una frase de estupefacción: "¿De veras? ¡No sé cómo has podido, increíble!".
Me pasma que la capacidad de sorpresa se dispare sobremanera en este ámbito.
En especial a partir de una cierta edad, ¿De verdad sorprende que las relaciones íntimas sean no muy frecuentes, que una no se vaya a la cama con el primero que le guiña el ojo y hace un ademán hacia un lado con la cabeza?

Quizá es cuestión de mala suerte y no he pillado la película con el guion que más me identificaría: "Estoy hambrienta de abrazos; no sé cuándo fue la última vez que un hombre me abrazó con fuerza, diciéndome con los brazos que me amaba, que quería demorarse eternamente en esa unión.
Me faltan, más que la compañía, la conversación, los planes juntos, me faltan los abrazos envolventes, los que -sin palabras- te demuestran que están a tu lado, que cuentas con ellos, que tu Amor es correspondido, que más que abrazar, ciertos abrazos besan como ciertos besos abrazan dos bocas, dos alientos y dos almas".
Si una mujer dijera esto, ¿Qué le respondería el hombre en la comedia romántica?






sábado, 10 de noviembre de 2018

EL ARTE DE REPARAR


¿Estará todo en la vida sometido a la obsolescencia programada? ¿Estará planificada en el ADN la caducidad de los sentimientos, de los trabajos, de los intereses, de los pasatiempos, de las relaciones, como lo están los electrodomésticos?
Los suyos estaban pasando a mejor vida antes de alcanzar la mayoría de edad. El último renovado había sido el frigorífico. Se disponía a limpiarlo, cuando se percató de que era incapaz de extraer los cajones de la fruta, la verdura, y los fiambres. Después de intentar de todo, desde desmontar el asa que recorría la puerta a lo largo, hasta intentar limpiar debajo de las gavetas ayudándose de un cuchillo largo, cubierto con un paño, con el desastroso resultado de cuchillo y paño bajo las mismas, que no solo no se podían sacar, sino que ahora tampoco cerraban completamente.
Agotadas su paciencia y sus energías, recurrió al servicio técnico, no sin previamente haber leído de cabo a rabo el manual de instrucciones. Cuando por fin pudo acudir el reparador, un hombre de apariencia jovial y aproximadamente de su edad, le explicó el problema. Por la disposición de la cocina, la puerta del frigorífico habría hacia la izquierda y quería que se la cambiara para poderla abrir completamente 180 grados hacia la derecha. El técnico discrepó: era un error, realmente sería muy incómodo en la vida diaria. Y tenía razón, pero la cuestión era que ella no podía sacar esas piezas para limpiarlas.
-¿Y cuánto vas a limpiar? -Le preguntó curioso.
-Lo que sea necesario -respondió ella-; no es que esté obsesionada con la limpieza, pero de vez en cuando hay que hacerlo y tal como está, soy incapaz.              
El profesional propuso, pues, que lo mejor era sacar el refrigerador, pero enseguida escuchó la replica: era enorme y pesaba muchísimo.
Y abriendo las dos puertas, en un movimiento que a ella se le antojó ligerísimo, ese hombre extrajo el frigo hacia delante como quien saca un conejo de una chistera.
-Pero yo no tengo esa fuerza -objetó ella.
-Es que no has visto el truco -arguyó él: hay que tirar a la vez de la puerta del congelador de frente y de la del frigorífico un poquito hacia arriba. Prueba tú, verás.
Sin embargo le resultó imposible.
-Es que tienes muy lleno el frigorífico -añadió.
Sí, acababa de hacer una gran compra porque esperaba invitados.                                                      
           
En ese momento sonó el móvil y antes de contestar le propuso:
-Saca los cajones y aprovecha para limpiar.
Y de golpe se sorprendió, pertrechada de spray y bayeta, limpiando el frigorífico delante de un total desconocido que estaba en su cocina. Y se sonrió por la surrealista coyuntura.
La llamada duró lo suficiente para que limpiara en profundidad la zona en cuestión. Cuando terminaron sus respectivas labores, el reparador le preguntó si quería que le cambiara la dirección de apertura de la puerta, pero que le parecía un error porque iba a suponer un gran incordio día a día; que aprovechase cuando tuviera el frigorífico vacío para limpiar. Y la convenció. Pero antes de que ella pudiera asentir, de que pudiera comunicarle su conformidad, añadió él:
-¿De todas formas, me vas a decir que no te puede ayudar tu marido o un hijo a sacar el frigorífico?
-Pues no -le rebatió ella.
 Y algo debió notar en sus ojos, algo percibió en su voz porque se arrepintió al instante:
-¡Vaya, ya he vuelto a meter la pata!
-No te preocupes, es solo que me acabo de divorciar y tengo que contar con mis fuerzas.
Y de repente se vio envuelta en una situación almodovariana: un extraño en su cocina se deshacía en disculpas por su error y quizá por los errores de todos los hombres del mundo.
-Míralo así -argumentó- te has quitado 80 kilos de encima, créeme. Los hombres a partir de los 40 somos un coñazo, solo damos problemas, empezamos con achaques de salud, entramos en crisis... Yo no meto la mano en el fuego ni por mí; por mi mujer sí que la metería pero por mí no, ni por ninguno! Las mujeres valéis más.
Y en su afán por desagraviar, le mostró una foto del móvil, la de su octogenaria madre.
-¡Mírala cómo está! Enviudó hace años y se sobrepuso y con la edad que tiene acaba de venir ahora mismo de México, de un viaje con las amigas. ¿A que está guapa?
-¡Claro que está guapa, y lo es! -le confirmó ella, entre risas por la situación.
-Y no se te ocurra volverte a juntar con uno de nuestra edad -añadió-; en todo caso con uno de 30, que como no quiere complicaciones, tampoco te las ocasiona a ti. Y luego cada uno por su lado. Con la sonrisa tan preciosa que tienes, admiradores no te faltarán.
Y se rieron los dos con ganas.
Distendida, le dio las gracias y le preguntó por el importe de la visita y el desplazamiento y no quiso cobrarle nada porque "nada había hecho" alegó él con elegancia. Le dio de nuevo las gracias, “de corazón” -dijo ella-, lo acompañó a la puerta y desde el ascensor, le sonrió de nuevo:
-Recuerda: ¡Te has quitado 80 kilos de encima!

Cuando cerró la puerta vacilaba entre reír o llorar; en realidad este extraño había conseguido que se sintiera muy bien después de mucho tiempo. Quizá porque halló en sus palabras un pesar sincero y la imperiosa necesidad de reparar un daño que él no había causado.





viernes, 6 de julio de 2018

LA MUJER ASOMADA A LA VENTANA


     Una mujer asomada a la ventana, con la mirada encuadrando el horizonte, está desentrañando todos sus enigmas, conversa con su yo más verdadero, ese que conoce solo ella, ella sola. Jamás podría revelarte el pensamiento que la entretiene y la abstrae contemplando la lejanía. Tú no alcanzarías remotamente a adivinar sus cavilaciones porque si se rompiera el encanto y adivinaras solo una milésima parte de lo que le extravía la vista y casi la consciencia, dejarías de ser el mismo.


     Una mujer asomada a la ventana, con la mirada encuadrando el horizonte, está soñando su futuro, añorando su pasado o repudiándolo para el resto de su vida. Sabe qué es lo que quiere y lo que se merece en justicia. Sabe sobre todas las cosas lo que no desea en su vida y lo que no es digno de ella. Conoce el exacto significado de la mezquindad, de la envidia, la cobardía y la traición, pues lleva sus cicatrices en corazón y pupilas. Y la acepción principal del amor de la amistad, la compasión y el valor.
     A la mujer asomada a la ventana, con la mirada encuadrando el horizonte,
no le preguntes, no le turbes su calma, no le robes el silencio, no interpretes su meditación, porque si rompes el equilibrio que la mantiene mirando al frente con los ojos vidriosos, podrías odiarte hasta el final de tus días sin encontrar tu perdón.
     Una mujer asomada a la ventana, con la mirada encuadrando el horizonte, trasciende el tiempo y el espacio, conecta con todo el universo y, escuchando el silencio, percibe la verdad de la vida.



domingo, 4 de marzo de 2018

PIDE UN DESEO

Pide un deseo -me dije- y pedí todo lo que se puede pedir, lo máximo. 
Pedí ser feliz de la única forma posible: sin víctimas por el camino, sin matar sueños ajenos, sin avivar las propias heridas, sin culparme por lo que no hice, sin renunciar a mi esencia, sin eludir lecciones de vida. Pedí tener besos sin pedirlos, abrazos envolventes, palabras oportunas y silencios deseados. Pedí risas contagiosas, sonrisas cómplices, miradas correspondidas. Pedí manos que sostengan fuerte, acaricien con ternura y den generosamente. Pedí el corazón emocionado y sereno, tan lleno de dar como de recibir. 
Mientras caía la estrella, cerré los ojos, soplé el diente de león y las velas y pedí este sencillo deseo.

jueves, 15 de febrero de 2018

QUERER QUERER

La noche del 14 de febrero para celebrar San Valentín fui al cine con una amiga. Previamente  cenamos y charlamos de temas profundos muy acordes con la fecha. Mi amiga se quejaba de que nos habían engañado: nos habían asegurado que el amor era para toda la vida.
Yo no recuerdo que nadie me lo asegurase, que me jurase que el amor era eterno; ni en mi boda siquiera me amenazaron con esa frase tan peliculera de "hasta que la muerte os separe".
A mí lo que si me enseñaron es que había que trabajar, que tener un porvenir, fueras hombre o mujer y si eras mujer con mayor razón. En mi casa era más importante "ser una persona de provecho"  que casarse. Jamás me planteé que se pudiera vivir sin trabajar. Y de hecho los hermanos empezamos a trabajar pronto y amamos siempre nuestro trabajo.
Del amor al trabajo se habla poco pero ese es otro tema.

Del amor amor, el del corazón y de las vísceras,  no se termina nunca de hablar.
Lo que nos mata a mi amiga y a mí, es que ese "para toda la vida" es el caso de nuestros padres, eternos enamorados por encima de cualquier vicisitud. Cuando tienes una referencia de este calibre, cuando el listón está tan alto, el vértigo está asegurado y si hay caída, el golpe es casi mortal.
Hay personas que quieren mucho. Nos decía una profesora de literatura de bachillerato que no se debía decir "te quiero mucho" porque eso suponía cuantificar el amor y que un día pudiera varíar la dosis ; "se quiere o no se quiere", nos decía.
En español raramente se usaba el verbo amar, se dejaba más bien para las radio o telenovelas. El verbo del Amor es el verbo querer, que implica además la voluntad de sentirlo: Te quiero porque yo quiero, incluso cuando es algo involuntario.
Cuando se quiere de verdad, se quiere con el corazón y la mente, queriendo querer. Y este grado de compromiso, el de querer querer, es difícil que se vea correspondido con igual generosidad.
Cuando se quiere querer, se quiere con gran intensidad a la pareja, a los amigos, a los padres, hijos y hermanos, a la familia en general. Y ese querer es inagotable. El amor de verdad se multiplica, nunca se resta, nunca se quiere a alguien en detrimento de nadie.
Cuando se quiere de esta forma, la dicha es inmensa pero el sufrimiento está también garantizado. Es invisible el hilo que separa las dos sensaciones como es invisible el hilo entre la cordura y la enajenación.
Esta fue la conclusión de la tertulia cinematográfica que mantuvimos mi amiga y yo a la salida del cine. Solo al final de la película entendimos la razón de ser del título "El hilo invisible", ese hilo que oculta secretos en las entretelas, en los entresijos de las relaciones; ese hilo del que nadie sabe nada.

miércoles, 31 de enero de 2018

GOOD VIBRATIONS


Se me había olvidado que nací con la suerte de cara.
Estoy haciendo una gran limpieza general en mi casa y en mi vida. Para mí, que tiendo al caos pero necesito el orden como el aire que respiramos, está siendo terapeútico deshacerme de tantas cosas polvorientas, custodiadas en cajas y armarios durante años y años, destinadas a la triste suerte de servir solo para ocupar un hueco en el espacio. Solo ahora que las estoy sacando a la luz, se revela su verdadero valor: ir camino de la basura, de una bolsa para ser donadas, para regalarlas a alguien que las sepa lucir o para rescatarlas y devolverlas al huequito que tenían ya en mi corazón.
He encontrado los discos que me regalaron cuando tenía 14 años,
todos ellos vinilos, singles y LPs, firmados por mis amigas con letras bastante infantiles. Uno de los LPs encierra dentro los grandes éxitos de Elvis Presley. Dice mucho de mis gustos porque ya entonces era de "carrozas" que te gustase Elvis Presley...
Ha aparecido también el single de Michael Jackson de 1980 "She's out of my life" que cantaba -yo- con gran convencimiento.
De años más adelante, ha resucitado el LP de la magnífica banda sonora de la serie "Mamma Lucia" de Mario Puzo, con la mítica "Caruso" de Lucio Dalla interpretada por Pavarotti y que tanto hizo llorar a mi madre porque le recordaba a la hija que había "emigrado" a Italia el mismo año que se le casó la primogénita... "Te vojo bene assaje 🎶".
Y ya de los '90 el LP "Cambio" de Lucio Dalla que me regaló Giuliana, una alumna italiana extraordinaria que se convirtió en amiga generosísima e inolvidable. Cada disco es un recuerdo, un montón de personas, lugares, sensaciones, olores... Con la música el tiempo se para, se congelan las imágenes y a veces un poco hasta el corazón.
Ha aparecido también un elegante encendedor que gané a los trece años en un concurso radiofónico. Me ha hecho sonreír por la alegría del premio, no por el encendedor en sí,  sino por el reconocimiento que significaba. Creo haber ganado al menos otros dos en programas sobre temas diferentes y la emoción era inmensa.
Entre los últimos 70 y los 80 la música llegaba a través de la radio. Empezaron las primeras emisoras en Frecuencia modulada y todos grabábamos nuestras canciones preferidas en cassettes desde la radio, siempre en tensión, con el terror de que el disc jockey tuviera demasiado afán de protagonismo e interrumpiera la canción y por consiguiente arruinara la grabación. No nos aterraba, en cambio, que a alguien se le ocurriera reclamarnos por ello los royalties, porque no existía ni siquiera el concepto de que aquello pudiera atentar contra la propiedad intelectual.
Pues bien, yo era seguidora de un programa de la tarde en el que se pinchaban éxitos de todos los tiempos y se contaba la historia de la canción o de los cantantes o anécdotas y además había un concurso semanal que consistía en que proponían un tema que hubiera sido un éxito de ventas en algún momento de la historia, el cual sonaba en el programa todos los días durante una semana y el espectador participaba en el concurso con una carta en la que expresaba qué sentimientos provocaba en él esa canción.
No recuerdo que fue lo que escribí cuando decidieron que el tema de la semana fuera "Good vibration" de los Beach Boys; sí recuerdo en cambio que tuve el impulso de participar como no me había ocurrido antes con ninguna otra canción y que lo que escribí, lo redacté, el primer día que la escuché en el programa; lo pasé a limpio y envié la carta.
No he olvidado la dicha cuando eschuché mi nombre y mi texto leído por el locutor y que el premio esa semana era un lujoso encendedor chapado en oro de la marca Silver Match de Paris. Modelo Kis, escrito así con una ese, como un beso dado a medias.
Este mechero sigue echando chispas y he decidido llevarlo al estanco para que lo recarguen y poder así encender la vela que me recuerde cada día que siempre se puede ver una luz aunque tengamos que alumbrarla nosotros y que la suerte, desde que nací, está de mi parte.

viernes, 26 de enero de 2018

AGUJEROS NEGROS


Desde que de niña estudié el sistema periódico y la maestra nos enseñó la magia que encerraba esa tabla organizada por grupos y familias de elementos químicos, desde que supimos que todo todo todo cuanto hay en la tierra está compuesto de esos elementos -que entonces eran ciento cinco-, me fascinaron la tierra, los planetas, las estrellas... Y ya entonces, a pesar de los doce años, comprendí que el universo era una metáfora del ser humano o viceversa.
Por San Lorenzo y por Santa Lucía miro al cielo con la esperanza de que algún deseo se me haga realidad, más que nada porque si hasta una pequeña estrella puede iluminar un largo camino, no digamos una estrella con su estela cómo ilumina los ojos y el corazón de quien se cruza en su viaje.


Últimamente me inquietan los agujeros negros, esos monstruos invisibles y voraces que se nutren de la energía de los desprevenidos. Los astrofísicos pierden el sueño por conseguir darles caza para intentar desentrañar el misterio de su naturaleza. Dicen que al parecer hay un agujero negro supermasivo en el centro de cada galaxia; el de nuestra Vía Láctea es tan invisible como los demás pero sabemos que se llama Sagitarius A. Todos ellos tienen en su interior una cantidad de masa tan  elevada como para generar un campo gravitatorio de tal magnitud que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella.
Y me digo yo: ¿Cómo algo tan invisible, tan oscuro, puede devorar estrellas, alimentarse de luz, llenarse de ellas y seguir siendo negro como la amargura?
Son como los tornados, que atraen todo hacia su centro produciendo solo destrucción, desolación por donde pasan y ya nada vuelve a ser como antes.
Pero los tornados depués lo vomitan todo, hasta vacas que aparecen a gran distancia de donde pacían tranquilamente.
En nuestro mundo algunos somos astros, otros planetas, hay satélites, soles, estrellas enanas, meteoritos, estrellas gigantes, cometas, nebulosas y agujeros negros. Hay que evitar a toda costa el campo gravitatorio de estos últimos porque si te atrapan, te absorven, te roban la luz y llegas a desaparecer opacada por su oscuro interior.