Pide un deseo -me dije- y pedí todo lo que se puede pedir, lo máximo.
Pedí ser feliz de la única forma posible: sin víctimas por el camino, sin matar sueños ajenos, sin avivar las propias heridas, sin culparme por lo que no hice, sin renunciar a mi esencia, sin eludir lecciones de vida. Pedí tener besos sin pedirlos, abrazos envolventes, palabras oportunas y silencios deseados. Pedí risas contagiosas, sonrisas cómplices, miradas correspondidas. Pedí manos que sostengan fuerte, acaricien con ternura y den generosamente. Pedí el corazón emocionado y sereno, tan lleno de dar como de recibir.
Mientras caía la estrella, cerré los ojos, soplé el diente de león y las velas y pedí este sencillo deseo.